Las mujeres sufren numerosas formas de discriminación laboral, determinadas por condicionantes específicos de género, que requieren una intervención desde enfoques y métodos que tengan en cuenta estos obstáculos, explícitos o implícitos, y un enfoque transversal
La realidad configura un perfil de peores condiciones laborales para las mujeres que para los hombres, a lo largo de una vida laboral más corta y con ingresos inferiores en todos los conceptos (salario base y complementos salariales), así como dificultades de promoción y estabilidad. La maternidad, el periodo de crianza y las responsabilidades del cuidado familiar siguen constituyendo una rémora en su posición en el mercado de trabajo. Las mujeres tienen más dificultades para encontrar empleo, ser autónomas o constituir empresas. Su mayor participación en el sector servicios, en la contratación temporal y en la jornada a tiempo parcial condiciona sus oportunidades laborales y los derechos derivados de éstas, como el salario y las prestaciones por desempleo o jubilación. Pese a ser mayoría entre la población activa con estudios superiores, no acceden ni permanecen en el mercado de trabajo en similares condiciones que los hombres.
Las discriminaciones laborales, directas o indirectas, afectan al acceso al empleo, las circunstancias y relaciones laborales, la contratación, la retribución, la promoción, la formación ocupacional y profesional, la segregación horizontal (sectores de la economía feminizados y masculinizados) y vertical (barreras para promocionar), la presencia en los órganos de representación, la vulnerabilidad laboral y las posibilidades de conciliación laboral, personal y familiar.
La plena integración laboral de las mujeres y su desarrollo profesional es un objetivo prioritario de las políticas de igualdad, puesto que el trabajo es la primera garantía del derecho a la autonomía económica y el desarrollo personal.