Dióxido de carbono (CO2).
Es un componente menor pero muy importante de la atmósfera. El dióxido de carbono se libera a través de procesos naturales como la respiración y las erupciones volcánicas, así como mediante actividades humanas como la deforestación, el cambio en el uso de los suelos y la quema de combustibles fósiles. Desde el inicio de la Revolución Industrial, la actividad humana ha provocado un aumento en la concentración de CO2 de más de una tercera parte. Es el gas de larga duración “forzante” del cambio climático más importante.
El cambio climático se produce por la creciente concentración de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera, entre los que se encuentra el CO2. Para luchar contra este fenómeno, se debe evitar la concentración progresiva de estos gases a la atmósfera, reduciendo las emisiones o aumentando la absorción.
Los principales instrumentos internacionales para la lucha contra este fenómeno son la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático y su Protocolo de Kioto. La Convención Marco establece que los países deben impulsar la gestión sostenible de los bosques, promover y apoyar la conservación y el reforzamiento de los “sumideros”, incluyendo la biomasa y los bosques.
En el Protocolo se permite a los países firmantes que utilicen parte de las tonelada de carbono absorbido por estos “sumideros” para facilitar el cumplimiento de los compromisos de limitación de emisiones que dichos países adquieren al ratificar el Protocolo.