La huella del uso que los guanches (nombre de la población prehispánica de Tenerife) hacían del Parque Nacional del Teide forma parte de la rica historia de este territorio. Sus construcciones, sus cuevas funerarias, restos de herramientas y utensilios, junto con el amplio interés científico que desde la antigüedad ha suscitado la cumbre tinerfeña, conforman un amplio abanico histórico clave para entender la importancia de este territorio.
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Cuando se produce la conquista de Tenerife por parte de la Corona de Castilla, durante la última década del siglo XV, la isla estaba dividida en nueve menceyatos (reinos a los que correspondía un determinado territorio), éstos estaban dispuestos de costa a cumbre, permitiendo el aprovechamiento estacional de los recursos aportados por la naturaleza. El territorio de Las Cañadas del Teide no estaba integrado en ningún menceyato sino que era usado de forma comunal por todos ellos.
El uso que los guanches realizaron de Las Cañadas estaba orientado fundamentalmente al pastoreo, que fue la base de la economía y pilar fundamental de su modo de vida. Durante el verano se llevaban las manadas hacia las cumbres, para aprovechar las mejores condiciones de la vegetación.
Otro recurso de Las Cañadas y que fue de gran importancia para la población aborigen, es la obsidiana. Esta piedra era tallada para obtener filos cortantes y fabricar herramientas con ellas. Las tabonas, nombre de estos utensilios, han sido encontradas en yacimientos arqueológicos distribuidos por toda la isla.
Además de los recursos materiales que los guanches obtenían de Las Cañadas, este territorio también tenía gran importancia como lugar sagrado. Para ellos en el interior de este volcán vivía Guayota, el diablo. Esta creencia se relaciona con la actividad eruptiva que los guanches, sin duda, conocieron.
Tras la conquista, algunos aprovechamientos han pervivido largamente en el tiempo. Éste es particularmente el caso del pastoreo, y más aun cuando se relegó el ganado a las cumbres para dedicar todas las zonas bajas a la agricultura. Pero también se empezó a obtener otros recursos: se inició la explotación de la apicultura, que continua hoy en día; se desarrollaron el carboneo y la obtención de cisco (hojas de retama troceadas y usadas como cama para el ganado); la extracción de azufre en el cráter del Teide, que era luego utilizado en las viñas; la explotación de hielo también en el Teide; y la recolección de tierra y arenas volcánicas para uso en las alfombras del Corpus Christi de la Orotava, aprovechamiento que también continua en la actualidad.
Las islas Canarias eran conocidas desde la antigüedad clásica, pues tanto fenicios como púnicos y romanos las situaron en sus mapas y las utilizaron como punto de referencia. Además, algunos historiadores romanos aluden al archipiélago en sus escritos y a partir del siglo XIII y principalmente durante el XIV, diversos navegantes europeos comienzan a dejar constancia de su paso por las islas.
En 1496 finaliza la conquista de Tenerife, siendo la isla, al igual que el resto del archipiélago, incorporada a la Corona de Castilla. No solo se convierte Canarias en un lugar de paso estratégico en las rutas marítimas del Atlántico, sino que son utilizadas como referencia para la fijación de las coordenadas geográficas en las cartas de navegación. Para ello, y durante varios siglos existió un gran interés por las potencias europeas en averiguar la correcta situación y altura del Teide, siendo este volcán la primera montaña fuera del continente en la que se probó el barómetro de Torricelli, en el siglo XVII.
De entre los viajeros que visitaron Las Cañadas durante el S. XVI, y describieron el Teide en sus libros, destacan el mercader inglés Thomas Nichols y el ingeniero italiano Leonardo Torriani. Ya en pleno siglo de La Ilustración, es el abate francés Feuillée el primer naturalista que durante su viaje de 1724 realiza una descripción científica no solo de Las Cañadas sino también de su flora y fauna. Pero es al final de ese siglo, cuando se produce la visita del naturalista y explorador más famoso de la época: Alexander Von Humboldt, cuyas observaciones sobre los pisos de vegetación de Tenerife fueron el modelo que utilizó este científico para relacionar los tipos de vegetación con la altitud.
En 1815 el geólogo Leopold Von Buch incorporó el Teide a la vulcanología científica y fue quien comenzó a utilizar el término “caldera”, en este ámbito, para referirse a grandes depresiones volcánicas. Poco después, los grandes investigadores Phillip Barker Webb y Sabin Berthelot dedicaron un amplio espacio en su magna obra “La Historia Natural de las Islas Canarias” a la flora, fauna y geología de Las Cañadas.
Con las estancias en Las Cañadas de Charles Piazzi Smith en 1856 y de Jean Mascart en 1910, la alta montaña tinerfeña empieza a ser escenario de investigaciones astronómicas, gracias a la claridad del cielo a esa altitud. Por aquella época, la dinámica atmosférica suscita también un gran interés para los estamentos científicos de varios países europeos; pero fue finalmente Alemania el país que estableció un observatorio de investigación atmosférica en Las Cañadas, aunque fue de corta duración y se desmanteló a raíz del comienzo de la Primera Guerra Mundial. El gobierno español terminó tomando el protagonismo de este tipo de estudios con la inauguración del Observatorio Meteorológico de Izaña en 1916. Por otra parte, con el establecimiento de telescopios permanentes en Izaña desde la década de 1960 y la creación del Instituto Astrofísico de Canarias un poco más tarde, la investigación astronómica realizada en Las Cañadas ha continuado haciendo grandes avances después de la labor iniciada por los pioneros ya mencionados.
Desde finales del S. XIX, con la publicación en Gran Bretaña de las primeras guías de viajes sobre las Islas Canarias, comenzó a desarrollarse en Tenerife una cierta actividad turística, muy modesta en comparación a la actual pero que empezó a jugar un papel en la economía isleña. Ello fue parejo al establecimiento de numerosas familias británicas, principalmente en el valle de La Orotava con motivo del desarrollo comercial relacionado con la exportación de plátanos, tomates y papas a Europa.
Una de las virtudes de un viaje a Canarias, según los primeros cronistas, era su clima para el tratamiento de enfermedades respiratorias. Naturalmente uno de los atractivos añadido era realizar una excursión a Las Cañadas del Teide. Esta actividad turística que llevó a la construcción de hoteles en La Orotava, Puerto de la Cruz, Tacoronte, La Laguna y Santa Cruz continuó al alza durante la primera mitad del siglo XX, aunque con graves altibajos causados por las dos guerras mundiales y la guerra civil española.
La construcción y puesta en servicio, entre los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo, de las carreteras que permitían llegar al centro de la isla, contribuyó en gran medida tanto al desarrollo turístico de Las Cañadas del Teide como a su declaración como parque nacional en 1954, posteriormente en 1960, se construyó el Parador Nacional del Teide. El parque nacional y su realidad como fenómeno turístico han ido, por tanto, de la mano desde su origen como espacio natural protegido.
Por la singularidad y riqueza de su naturaleza, así como por su excelente estado de conservación, a este parque nacional le ha sido otorgado el Diploma del Consejo de Europa a la Conservación en 1989, que se viene renovando desde entonces. Más recientemente (2007) también ha sido declarado Patrimonio Mundial de la UNESCO.