En tiempos de la conquista española, siglo XV, la isla de La Palma (conocida como Benahoare) se encontraba dividida en 12 cantones, cada uno de ellos dirigido por un mencey, máxima autoridad en su territorio. Los pobladores de la isla, conocidos como benahoaritas, vivían del pastoreo y la recogida de frutas y raíces.
Tras varios intentos de ocupación por parte de las tropas enviadas por los Reyes Católicos y una larga batalla, Tanausú, el mencey de Aceró, cantón de La Caldera, es el último en someterse después de sufrir una emboscada por parte de Alonso Fernández de Lugo.
Una vez incorporado La Palma a la Corona de Castilla, y como compensación por los servicios prestados a la conquista, se conceden lotes de terrenos en base a la participación en la batalla y la posición social del beneficiario. Todas las tierras y aguas de La Caldera fueron donadas al lugarteniente de Alonso Fernández de Lugo, que permite el uso comunal para pasto de ganado, fundamentalmente caprino.
El cultivo de la caña de azúcar, cuya exportación tuvo una gran importancia en la economía de la isla durante el siglo XVI, requería de un elevado consumo de agua. La riqueza de las aguas de La Caldera motivó grandes enfrentamientos a lo largo de la historia, hasta llegar a la actualidad en que el uso de la misma recae en el Heredamiento de las Haciendas de Argual y Tazacorte, compuesto por 1.800 socios, que se reparten las aguas cada 10 días.
La utilización de madera para la construcción de muebles, la leña empleada como combustible y la brea para calafatear barcos hicieron mella en las masas forestales de la isla. La declaración en 1954 de La Caldera de Taburiente como Parque Nacional permitió proteger el territorio y regular el uso de los recursos naturales.